Por @franciscoxec

En la serie británica de ciencia ficción, el futuro próximo (o actualidad alternativa) se nos presenta desmesurado; desproporcionado. Si hoy existe Facebook, en Black Mirror lo tenemos instalado en un chip conectado directamente a nuestro cerebro. Así contado no cuela, pero sus guionistas se encargan no solo de hacerlo verosímil sino, además, tenebroso. Todo ello en un contexto inmaculado, tecnológico y de bienestar.

Las situaciones que abordan son varias: problemas de pareja, guerras políticas, asesinatos, muertes, realities… Es decir, que la trama puede girar tranquilamente alrededor de una cena, una salida o un funeral; lo de toda la vida, pero con un ‘twist’ teconológico, pijo y macabro.

Por supuesto, un concierto o festival podría haber sido la trama principal de uno de los tantos capítulos de Black Mirror, pero para lamento de los guionistas, en Barcelona, ciudad vanguardista, se les adelantaron. En el pasado reciente, el Primavera Sound era un festival de música ¿’indie’?, ¿alternativa? Bueno, por ahí va, ustedes me entienden. Y lo que uno percibía últimamente era que «algo estaba cambiando» en uno de los mejores espectáculos de música del mundo (en su género).

Sería injusto decir que “algo estaba mal”. Quedémonos con el “algo estaba cambiando”. Primero, su público fundador ya no es tan joven: entre los 40 y 50 años todos. Y si bien los gustos pueden mantenerse, los hábitos y, sobre todo, el cuerpo, cambian. Hace algunos años empezamos a ver cómo los carritos de bebés inundaban el festival, para luego ver niños poniendo cara de culo al lado de sus padres rockeros (para la nueva generación, supongo, era el equivalente a estar en un festival de boleros o coplas).

Pero los cambios no solo estaban en el público: los Sonic Youth ya de ‘youth’ no tenían nada. Ahora, ya ni existen. Y no solo eso, que sus símiles eran cada vez más arrinconados en los horarios; casi como si les hicieran un favor por presentarse en el festival. Por ahí aparecía Grace Jones (con más de 60 años) y nos recordaba los buenos años del Primavera, pero, hombre… son más de 60 años los de la señora… Y nosotros no muy lejos de ella.

Desde mi subjetividad, me pareció que los organizadores (ellos también con una edad respetable ahora), trataban de adecuarse a los nuevos tiempos. En su momento, ellos fueron los jóvenes empresarios que tuvieron la osadía de tener una idea muy loca, pero sus antenas receptoras les terminaron dando la razón hasta crear algo que internacionalmente forjó la imagen de Barcelona; como las Olimpiadas del 92 o el Barça de Guardiola… Y es que el Primavera se convirtió en un ‘clásico’ de de la ciudad. En la historia ya está. Sin embargo, la sensación de hoy es como la de aquel pureta que quiere hacerse el moderno en una discoteca y no encaja ni de coña. Se le pasó el tren, pues. Calvo, con coleta, banda en la cabeza y con tejanos apretados. Barriguita también.

De un momento a otro, la programación se vio inundada de ¿’música negra’? que sonaba a Billboard. Pero, al parecer, la cosa no terminó de cuajar. Había que hacer algo. Un golpe audaz. ¿Y qué se les ocurrió? Miley Cyrus (he tenido que revisar en Google cómo se escribe, algo que no me pasa con Arnold Schwarzenegger).

Yo no la voy a criticar, pero sí destacar que en el Primavera Sound no pudieron escoger personaje más icónico, más exagerado, más «Black Mirror», para hacer un brutal anuncio: ¡Esto se acabó! Para mí, están en su derecho. Es su festival; es su empresa. Y si no te gusta, no vayas. Como cuando empezaron a separar el público entre pobres y VIP. ¿No te gusta? Pues no vayas, no seas hipócrita. Y es que ni el reguetonero J. Balvin (un colombiano que se quitó la tilde en la ‘i’ para sonar más gringo), de la quinta de Shakira y de Alejando Sanz, podría haber igualado la metáfora de la Cyrus. Por si acaso, él también es cabeza de cartel este año. Por eso lo menciono.

Entonces, estábamos en que es su derecho hacer con el festival lo que quieran. Y buscar el beneplácito de otra generación, porque la ‘histórica fundadora’ está tomando un buen vino en sus casas escuchando tal vez jazz, música clásica o TR/ST, por qué no. Ahora, lo que me parece incomprensible es cómo anunciaron a la ex Hannah Montana (otra vez Google). “An icon of contemporary pop in all its dimensions”. No me jodas… ¿Para quién es ese mensaje? ¿Para los que iban al festival a escuchar a Tortoise? ¿De verdad pueden creer que la gente es tan idiota? “La invitamos porque se nos da la gana” era un mejor anuncio. Irrepochable y brillante. Por supuesto, el mensaje no iba a los incondicionales de Miley, a quienes les importa un pepino las explicaciones, sino a quienes relacionamos ‘pop’ con Andy Warhol.

Retirarse a tiempo es un privilegio de pocos.

Lo que nos faltaba: ahora no solo los políticos nos creen estúpidos (aunque en este caso tienen razón). ¿Será que, tal vez, hay una luz al final del túnel? Si, pero una al estilo Black Mirror: los estúpidos no somos nosotros.

Share this: