Los poseedores de la clave y la cifra, los guardianes del secreto, muchas veces lo son en tanto que el secreto ha sido urdido sólo por ellos, ensimismados en su entelequia y fantasía secreta. Pertrechados de ella, cavan los cimientos y alzan un edificio fantasmagórico. Un castillo de humo. Los mandarines que habitan ese castillo y elaboraron el «canon» (sea eso lo que sea) de la CF, establecieron dos premisas básicas que toda creación que reclamara el marchamo de CF «legítima » debía cumplir. A saber: respeto reverencial y referencial a los clásicos de la literatura (Ulises XXI, por ejemplo) y un trasfondo filosófico que cuestionase la condición humana desde múltiples perspectivas; por ejemplo: Solaris. Proyectar nuestro presente a un futuro o un pasado, que disloque, aunque sea un poco, la mente del lector/a, espectador/a; aunque, hablando del presente, casi mejor decir consumidor/a.
Todo este rodeo para decir que Passengers parece una película hecha por un devoto seguidor del canon. Pero la lectura del canon engendra blasfemos, excéntricos heterodoxos, iconoclastas y …meapilas. Y éste último, lamentablemente, en mi opinión, es el caso.
Síntesis: Una nave interestelar colonial con más de cinco mil humanos a bordo (pasaje de pago), abandona la Tierra hacia HomeStead II, planeta al que llegarán para iniciar las labores de colonización tras un viaje de 120 años.
Todos, pasaje y tripulación, son convenientemente invernados. Un perfecto ejemplar de WASP, pero con fondillo proleta, se despierta y descubre que es el único en vela. Se nos revela al poco, que algún fallo lo ha arrojado al mundo de los conscientes. Con la única compañía de un barman androide que parece la reencarnación cibernética de Mr. Chance, inicia un descenso hacia la locura y el abandono recreándose, como un adolescente, por la zona de primera clase de la nave. Ni que decir tiene que antes de abandonarse al hedonismo autodestructivo ha intentado, como buen hijo del ingenio y la iniciativa gringa, salvar la situación en plan Mac Giver. Pero las naves interestelares están hechas a prueba de los sopletes láser más avanzados.
Esta espiral en descenso sólo puede acabar de una manera. El prota cachas, que ya luce unas barbas de Robinson demenciado, se enfrenta al único problema filosófico importante, Camus dixit: el suicidio.
Decide abandonar la nave y arrojarse al espacio, pero en el último momento es incapaz de dar el paso al vacío. Para salvarse de la nada que le rodea, decide despertar a una de las pasajeras. La decisón, cuyo horror no se le escapa, se la impone él o su locura, tras un largo proceso de escrutinio casi entomológico de la víctima.
Este husmeo insano sobre la vida previa de la bella durmiente, convenientemente digitalizada en su cápsula de invernación, deviene, como no, en enamoramiento. Y por este amor la despierta, es decir la condena a la consciencia de su infierno, les quedan 89 años de travesía.
La bella durmiente despertada es ajena a la verdad, y se inicia un idilio una vez aceptado lo inevitable: están atrapados , jamás llegarán con vida a su destino. Estamos hablando de descendientes de los puritanos del Mayflower, así que es un idilio de comedia romántica Hollywoodiense. Chicos blancos formales enamorados , qué bonito.  Cuando más felices se las prometía el prota, la Blancanieves cósmica descubre que el cabrito la despertó y estalla el típico drama de la tragicomedia gringa, dentro todo de un orden, estamos hablando de gente civilizada, no hay furia homicida, algo que habría sido muy divertido, pero no. Primera ocasión perdida.
Asoma ligeramente el morro, en la relación, una tensión interclasista; el prota es mecánico y la prota es una niña pija que funge de escritora. Él emigra para ir a un  mundo en el que se pueda sentir útil como mecánico. » En la Tierra cuando algo se rompe se sustituye, yo quiero reparar cosas». Ella emigra para, tras residir un año en HomStead II, escribir sobre la vida allá y volver a la Tierra para contar la más grande historia de la Humanidad, el Éxodo a las estrellas, y recoger la gloria. Estas ínfulas de Evangelista le cuestan una fortuna… y, como no, la vida.
Los colonos al embarcarse en un viaje de 120 años, cancelan su vida previa, la finiquitan por un futuro incierto. ¿Qué diferencia hay entre despertar en HomeStead II, el Averno  flotando en el techo de una habitación de hospital, o contemplar tu propio cadáver eviscerado sobre las vías del tren, esperando al cura o al juez de guardia ? Por lo poco que se vislumbra, la vida en la Tierra es una pesadilla neoliberal con ropajes de bulímica socialdemocracia lánguida, un paraíso de crucero eterno y plástico, pesadilla de las que nuestros protas quieren huir durmiendo 120 años para despertar en un  mundo mejor … A Brave New World.  Ni rastro del apocalipsis diario de Elysium.
La cuota racial hace su aparición para romper con la dinámica de pareja rota, encabronada  y enfrentada que comparte piso. Lo hace en la forma de Morfeo de Matrix, ahora eficaz marino intergaláctico que, despertado también del capullo invernatorio por un fallo del sistema, lo digo sin ánimo de guasa, para descubrir que algo va terriblemente mal y la nave se dirige a su destrucción total, se pone manos a la obra para remediarlo.
Morfeo desaparece convenientemente tras prestar su último servicio a los señoritos, y el prota se redime en un acto de heroísmo y todo acaba bien. Hay reconciliación. El ciclo New Wave de pensamiento positivo fascistoide se ha completado: castigo, penitencia, expiación y redención.  Todo aderezado con hologramas y reactores atómicos.
Los protas hacen de su Mayflower su propio Edén, llenan la nave de gallinas y ficus para espanto de los viajeros cuando despiertan. La voz en off de la prota mientras acontece el despertar colectivo, nos revela que lega para generaciones futuras el relato de su experiencia. Su esperanza de vencer a la muerte y al olvido gracias a su obra se ve cumplida. Este relato idílico del origen edénico de la nueva humanidad transplantada, transplanetada, emigrada, lo imagina uno sin aristas, como la película, suave y pulida, que pasa de puntillas sobre temas como el suicidio, la lucha de clases , y nos deja el regusto empalagoso de cualquier típica comedia romántica.
Confieso que, para matar el aburrimiento, mientras veía esta sucesión de imágenes de  anemia y metacrilato, empecé a pensar maldades como alternativas de guión. Imaginaba que la nave no era más que un monumental pedazo de atrezzo. Una carraca decorada de nave colonial interestelar, una gigantesca estafa. Los pasajeros, previo cobro astronómico, eran embarcados, invernados, ¿ejecutados ? y se les lanza a la nada tras haberles vaciado la cuenta corriente con la promesa de un nuevo comienzo.  Algo que nadie podría reclamar 120 años más tarde, » las reclamaciones al maestro armero «, que dicen los votantes de Vox. Un pasajero despierta y descubre la siniestra estafa, esta vez, en vez de actuar como un adolescente hedonista con tendencias suicidas, le imaginaba yo reacciones múltiples. Mata a sus compañeros y se entrega a una orgía necrofílica y reina sobre una nave de muertos, consigue desviar la nave y la estrella sobre la Tierra en venganza…
En fin, Passengers me parece un producto propagandístico refinado  para conformar nuestras ya escacharradas mentes con el pensamientopositivismo asesino, y prepararnos para aceptar estos tiempos de «coccooning» que los más listos dicen que se nos vienen encima. Wall-E era un humanista socialista comparado con estos dos pazguatos gringos, el futuro, si no es transhumano, será maquinal o canino.

En la Edad Media decían los teólogos que el género humano se dividía en vivos,  muertos y navegantes. ¿Cómo consideramos a los colonos invernados en periplo interestelar?, ¿ y a los que despiertan para una muerte en vida rodeados de vivos atrapados en una crisálida de muerte suspendida? No lo sé . Siempre nos quedarán las cucarachas.

El mensaje más perverso de la película: se presenta a la emigración como hija de del hastío vital. Genéticamente, dicen algunos, somos transhumantes, andariegos eternos; en nuestra sangre está el movernos, ¿la dromomancia?, errantes tras la expulsión del paraíso. Quedarnos quietos y trazar surcos en el suelo trajo el estigma y maldición de Caín. En nuestro presente, o lo que por tal tomamos, e inmediato futuro, «te llaman porvenir porque nunca llegas», millones de seres humanos no tendrán más remedio que desplazarse para asegurarse la mera supervivencia. Presentar la emigración interestelar como una vacación radical permanente a un campamento de deportes extremo para cansados de la vida muelle me parece perverso. ¿El futuro de Amazon? Me gustaría saber si Elon Musk ha producido esta propaganda. Seguro que sí.
Malivern de Arcos, 2021
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