Por @franciscoxec

Mis meniscos, la lumbar, la tripa, cansancio y mucho sueño. Eso es lo que más sentí en los dos primeros días del Primavera Sound. Era evidente que haber aceptado la invitación me estaba pasando factura (no estaba en mis planes ir, debido a los razonamientos expuestos en un artículo anterior).

Sin embargo, mis males pasaron a segundo término el día sábado. No podía pensar en ellos mientras el Coro Femenino de la Radio y Televisión Estatal de Bulgaria se presentaba junto a la diva Lisa Gerrard (Dead can Dance). Un tributo a la música que no podía perderme en esta vida. De un momento a otro, aquellos sonidos que solo escuchaba en un equipo de sonido o en el cine estaban delante de mí. Tal como fue promocionado por los organizadores, después de esta experiencia podré decir hasta el final de mis días: “Yo estuve ahí”.

 

 

 

 

 
 

 

 
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#themysteryofthebulgarianvoices #lisagerrard #deadcandance #iwasthere

 

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Luego de ello, a la misma hora, por descarte (sistema de selección que ahora predomina en el Primavera Sound), pensé en Kali Uchis, pero lo que podría haber sido interesante terminaba desvirtuado por una intérprete que parecía estar más interesada en mostrar sus atributos físicos que en otra cosa. A ver, que a mí me gusta ver eso que ella tanto quería resaltar, no voy a ser hipócrita, pero en este caso sus disfuerzos no me permitían apreciar su propuesta musical. Ojo, que un buen cuerpo a mí no me impide apreciar la danza, la música o lo que sea, total, qué culpa tiene la gente dotada por la naturaleza en ese aspecto. Lo que sí me causa perturbación es cuando parece asumido que solo a través de ello se puede lograr el reconocimiento. Y el hiperbólico esfuerzo de Kali quebrando su columna vertebral, este… supongo que me faltó más cerveza o que tener tantos amig@s progres me ha terminado afectando.

 

 

Luego, a las 10 p.m., se presentaba una serie de alternativas. De izquierda a derecha en el programa, primero aparecía Rosalía. Decidí escucharla y verla en YouTube por primera vez en mi vida. De ella solo sabía que existía. No tengo televisor y, a diferencia de Latinoamérica, en el transporte público de Barcelona no te ponen música. Así que la tengo difícil para enterarme de los nuevos éxitos de masa. Y como trato de no tener prejuicios, no me pareció malo o aburrido. Con mi lápiz le puse un check, como diciendo “puede ser”. Seguí escuchando y descartando grupos de izquierda a derecha hasta que llegué a Drab Majesty. “Ohhh… son darks”. Lo siento, Rosalía.

 

 

DRAB MAJESTY

 

 

 

 

 

 
 

 

 
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#DrabMajesty #primaverasound2019 #TragicWave #Dark

 

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Mi momento cumbre en el festival. Hasta cerré los ojos y me dejé llevar. Floté. (Evidentemente, si flotas, no sientes los dolores de la edad). ¿Fue mejor que The Mystery of the Bulgarian Voices? No. A ver, objetivamente, una propuesta es más rica y compleja que la otra por temas de polifonía y variedad rítmica. La otra opción, en cambio, es heredera de aquella máxima postpunk de “menos es más”, además de estar rígidamente enmarcada dentro de los conceptos de la música dark. «Clichés», le dirían algunos, pero esta es una opción legítima de cualquier proyecto que pretenda ser “esto” o “aquello”. ¿Quieres ser rockabilly? Pues estas son las pautas musicales. Lo mismo con los estilos gótico, death, bakalao o lo que se te ocurra. Por supuesto, también están las propuestas que son un híbrido y no las puedes ubicar fácil. Personalmente, yo disfruto con ambas opciones por igual; aunque creativamente más me identifique con la segunda opción.

 

 

Drab Majesty es, decididamente, dark wave de pies a cabeza. Cierras los ojos y estás bailando en aquellas discotecas de tu juventud; vestido de negro y con el pelo cayendo calculadamente sobre tus ojos con delineador. Para ser más precisos, Deb Demure, el líder de la banda, dice que hace “tragic wave”. Pues bien, en su tragedia lo acompaña Mona D en los teclados, voces y pistas; compartiendo el mismo protagonismo en escena, ni más ni menos.

 

 

 

 

 

Look alienígena desde Los Angeles.

 

 

Eso sí, su aspecto en escena es mucho más innovador que el cliché del género, con maquillaje, vestuario y pelucas que les otorga un aspecto más futurista, tal como sus letras (que aún no he analizado profundamente; ojalá me dé el tiempo). En el Primavera, tocaron en uno de los espacios más reducidos y de peor sonido (por el armazón de concreto que lo rodea): el Adidas Originals. Creo yo que el tamaño era el apropiado. Las masas estaban con Rosalía; aunque mejor sonido había en Your Heineken Stage, una cabaña con mucha madera estilo Westworld que permitía apreciar correctamente los matices. Y ya que estábamos en familia, pudo haber sido una buena idea. En fin, que Drab Majesty no solo se impuso al concreto y al inesperado frío glacial del puerto en el Fórum sino a los vaivenes del mercado; pues estaba ahí, gestado en la escena dark de Los Angeles y ahora en Barcelona. Ellos lo lograron.

 

 

Luego quise ver a Jarvis Cocker, pero algo no me cuadraba. Tal vez era yo el desubicado, pero simplemente no me atravesó la piel y me fui a buscar comida. Después llegó Primal Scream, demostrando Bobby Gillispie que sigue igual de cagado físicamente que hace 30 años. Repito: IGUAL de cagado. Es decir, que mientras tú y yo hemos ido degenerando, el tipo sigue igual. Y si siguen así las cosas, el asunto va mal (para nosotros, no para él, por supuesto). Musicalmente, sonó bien roquero; yo esperaba algo más dance… al menos ese es el Primal Scream que recuerdo me conquistó en los 90.

 

 

 

 

 

Solo 19 porque alguien escondió algunos vasos del 2020

 

 

Y finalmente, Stereolab, un grupo que siempre quise escuchar en vivo. Qué maravilla apreciar a su guitarrista, con esas séptimas y novenas aumentadas, su sonido brillante como si fuera un platillo de la batería… Y Laetitia impecable no solo en las voces sino en las guitarras y teclados, cuando correspondía. Un bandón, la verdad, una parte de los noventa en esplendor; ese Yang que le hizo contrapeso a ese huracanado Ying que supuso el shoegaze. Brillante forma de acabar la noche, junto a los 19 vasos de plástico que pudimos juntar y llevarnos a casa, cada uno representando 19 ediciones del festival. Si conseguíamos el vaso número 20, tengo entendido que podíamos reclamar una entrada gratis para la siguiente edición. Sin embargo, un camarero nos dijo que ese vaso lo estaba repartiendo su jefe, por lo bajo, a sus colegas. ¡Vaya! Total, No pasa nada, pues al fin y al cabo, yo no quiero volver. ¡Adiós!

 

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