Los poseedores de la clave y la cifra, los guardianes del secreto, muchas veces lo son en tanto que el secreto ha sido urdido sólo por ellos, ensimismados en su entelequia y fantasía secreta. Pertrechados de ella, cavan los cimientos y alzan un edificio fantasmagórico. Un castillo de humo. Los mandarines que habitan ese castillo y elaboraron el «canon» (sea eso lo que sea) de la CF, establecieron dos premisas básicas que toda creación que reclamara el marchamo de CF «legítima » debía cumplir. A saber: respeto reverencial y referencial a los clásicos de la literatura (Ulises XXI, por ejemplo) y un trasfondo filosófico que cuestionase la condición humana desde múltiples perspectivas; por ejemplo: Solaris. Proyectar nuestro presente a un futuro o un pasado, que disloque, aunque sea un poco, la mente del lector/a, espectador/a; aunque, hablando del presente, casi mejor decir consumidor/a.
Todo este rodeo para decir que Passengers parece una película hecha por un devoto seguidor del canon. Pero la lectura del canon engendra blasfemos, excéntricos heterodoxos, iconoclastas y …meapilas. Y éste último, lamentablemente, en mi opinión, es el caso.
Síntesis: Una nave interestelar colonial con más de cinco mil humanos a bordo (pasaje de pago), abandona la Tierra hacia HomeStead II, planeta al que llegarán para iniciar las labores de colonización tras un viaje de 120 años.