Texto: @franciscoxec
Fotos: @JoseMas
Antes de ir al concierto, escuché en YouTube como les salía el experimento, pero como no soy tan rata para comparar un concierto en vivo con esta plataforma digital, quise otorgarles el beneficio de la duda. Y grande fue mi sorpresa al comprobar que, efectivamente, esta versión sinfónica de Blackstar, de David Bowie, fue pensada a partir de su muerte, porque si estuviera vivo, no se hubieran atrevido a realizar semejante chapuza.
Para mi suerte, pude ir con un amigo que, en voz baja, iba diciendo mucho de lo que yo pensaba en silencio, lo que me permitía comprobar que no estaba del todo loco en medio de un Auditori que se puso de pie para aplaudir lo inaplaudible. Sin mi amigo, me habría sentido como Taylor en el Planeta de los Simios, donde lo absurdo era norma y solo él podía notarlo.
Y es que todo llegó al delirio cuando la mayoría alabó semejante bodrio. Evidentemente, supuse que era gente que no iba mucho al Auditori. Es más, todo indicaba que era el mismo público que se pone a aplaudir enfrente de la fuente de agua con luces de Montjuic (con música del Rey León).
LOS MOTIVOS
Que la orquesta empezara con una desabrida versión de Space Oddity no me desilusionó en absoluto, pues esta canción no puede dar más de sí. Técnicamente es guitarra de boy scout en una fogata y poco más… y pasarla al formato sinfónico lo único que puede resultar es una versión estilizada que le pega muy bien el Carrefour mientras compras tu yogurt preferido…
Yo había venido al Auditori por Blackstar, el discazo que un hombre, David Bowie, creó sabiendo que se estaba muriendo de cáncer… Es decir, una especie de epitafio musical donde no hubo concesión alguna sino un compromiso absoluto con la música. Y que de alguna manera pudiera escucharlo en vivo me ilusionaba. ¡A la mierda Space Oddity, que esa canción solo le puede sonar bien a Bowie! El Blackstar, en cambio, tiene la suficiente riqueza como para ser aprovechado por músicos con solvencia. Bueno, al menos eso creía yo hasta esa noche.
Y nada más empezar el primer tema del mentado disco, fuimos testigos del más absoluto despropósito rítmico. ¡Es que nada les salió bien! Tal vez una conclusión simple podría ser que los percusionistas estaban destruyendo la pieza, pero más justo sería pensar que todos la estaban cagando. Digo… ¿no? Por su parte, el volumen del cello de Maya Beiser (conectado en línea) estaba demasiado por encima del resto de la orquesta, pero el desastre rítmico fue tal, que este aspecto pasó a un segundo plano. (Anécdota: una amiga nos contó al final que llegó a pensar que esas barbaridades eran cosas demasiado exquisitas para sus oídos y ella no estaba a la altura de poder apreciarlos).
Luego, en la segunda canción, ‘Tis a Pity She Was a Whore, se hizo la luz al final del túnel durante los primeros segundos: la batería empezó fuerte como en la canción y los metales entraron con la misma intensidad. El ritmo era más sencillo. Parecía que a la orquesta le había dado mucha rabia lo que había sucedido en el tema anterior y ahora estaban dispuestos a patear todo lo que se les pusiera enfrente. Se disfrutaba… hasta que entró Beiser con su cello, los metales callaron y todo se fue a la mierda. El volumen de su instrumento otra vez estaba demasiados decibelios por encima del resto y generaba la impresión de que la orquestación que la acompañaba era escuálida. Y digo «demasiados decibelios» porque ni siquiera que haya sido la solista (la encargada de recrear la voz de Bowie) justificaba ese grosero desajuste.
Y así fue discurriendo el concierto: momentos aceptables con otros muy malos. Al final, otro amigo me aseguró que Maya Beiser había interpretado los solos exactamente al álbum (ella no solo hizo la voz sino los solos que correspondían al saxo), pero yo no puedo dar fe de ello porque no tengo la capacidad de memorizar todos los solos de un álbum para luego compararlos en vivo y en directo y dar un veredicto.
Al respecto, como el volumen de su cello estaba por las nubes, Maya haciendo voz y saxo daba la impresión de importarle un carajo cada pieza y que más estaba ahí para lucirse técnicamente y nada más, sin importarle destruir todo. Este problema del volumen se vio agudizado porque, en el disco, los solos de saxo no están en primer término con respecto a la instrumentación sino al mismo nivel. No llegan a estar escondidos, pero sí se fusionan con el todo. Si esos solos tan estridentes o free jazz estuvieran a mayor nivel, las canciones de Bowie serían insufribles (tal como pasó en el concierto). Quien alguna vez haya mezclado una pieza me entenderá: a veces, la diferencia entre que una línea musical encaje o no con el resto puede estar determinado por unos pocos decibelios… así de dramática es la cosa.
FINAL DEL CONCIERTO
Luego, cuando acabó el repertorio de Blackstar, Maya Bieser dijo que interpretarían una versión de Wish You Were Here, de Pink Floyd, en homenaje a Bowie (porque les hubiera gustado que esté ahí; cosa que yo no creo). Y cosa rara: sonó perfecto. No entiendo por qué Maya no estuvo tan por encima de la orquesta… ¡Y solo sonaron las cuerdas, ni los metales ni la percusión! ¿No era acaso culpa de los sonidistas del Auditori? Pues a buen entendedor, pocas palabras…
De ahí, quisieron ‘obsequiar’ al público una versión espantosa de Let’s Dance. “De lejos, la peor versión de Let’s Dance que he escuchado en mi vida”, dijo mi amigo. En mi caso, sin contar el karaoke, es la primera versión que he escuchado de ese tema, así que no puedo estar de acuerdo con él. Solo dejar claro que la orquesta, el director y la solista hicieron el ridículo con esta canción. Es más, superaron su gesta del primer tema de Blackstar. Mención aparte para el percusionista que quiso recrear los LP Blocks de este tema, que estuvo más perdido que pulga en vidrio. Siempre lo hizo mal en todo el concierto y ni siquiera pudo hacerlo bien en esta canción que era la única que de verdad requería ese instrumento.
Finalmente, repitieron ‘Tis a Pity She Was a Whore, la que mejor les había salido, y con los mismos resultados antes comentados.
La verdad, creí que esto podría pasar con las partituras de los músicos: «Get off my album!».
CONSEJOS
¿Y quién soy yo para darlos? ¡Pues nadie! Pero como soy periodista y tengo la costumbre de otorgarme ese tipo de facultades inmerecidas, aquí voy:
A. El primer problema, la sección rítmica
Solución 1: Desaparecerla. Supongo que los percusionistas de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya son buenos. Es más, los he escuchado antes y sí lo son. ¿Pero por qué parecieron el ‘Chavo del Ocho’ aquella noche? Esto lleva al punto dos…
Solución 2: Ensayos. No ofrecer conciertos en ciudades donde no puedan ensayar un mínimo de veces que les garantice cohesión. Como dije antes, tal vez es injusto echarle toda la culpa del desajuste a la sección percusiva y la responsabilidad fue de todos.
Solución 3: Reformular la percusión. O bien quitar la batería y quedarse con la típica sección rítmica de una orquesta sinfónica o al revés (solo batería). Ideal si fuera un baterista propio para la gira y, de preferencia, nacido en Nueva York… Si alguien ha escuchado el disco entenderá esta última sugerencia.
B. El volumen del cello.
Solución 1. Que Maya no haga trampa con sus pedales o se ponga a tocar más fuerte en el concierto que en la prueba de sonido… Digo, porque si pudo sonar bien en Wish You Were Here, no hay que echarle el pato a los sonidistas del Auditori.
Solución 2. Que haya dos cellistas: una para interpretar la voz y otra para los solos de saxo. Eso permitiría darle un volumen apropiado dentro de la mezcla en vivo a cada instrumento.
Solución 3. Mi preferida: un coro para reemplazar la voz de Bowie y un cello para los solos de saxo.
C. Mezcla en vivo del concierto
Única solución: por más jazzeado que sea el Blackstar, aún hay mucho de rock ahí, y la batería es tocada con la intensidad propia de este género (cuando no, el compresor dice «presente»). ¿Cómo solucionar esto en un concierto sinfónico para que los tambores no opaquen a los demás instrumentos? Pues amplificando bien todo, compresión a saco, y olvidarnos del exquisito efecto orquestal, el que permite disfrutar de casi 100 fuentes distintas de sonido repartidas en un amplio escenario (en vez de los dos tristes altavoces del sistema estéreo). Ejemplos sobran que han sacrificado ese aspecto pero al menos terminan sonando bien.
EPÍLOGO
Así, con los problemas del cello y de la percusión solucionados, recién podríamos apreciar los arreglos de Evan Ziporyn para este Blackstar. No antes. Inclusive, podríamos jugar a ser historiadores de arte especializados en música y comparar versiones y más… pero primero lo primero: a tocar bien y a sonar bien. Y recién ahí, lo segundo.