Por @franciscoxec

No necesita mayor sustento afirmar que el perfil de Facebook (u otras redes sociales) no demuestra quién se es en realidad. Lo normal es ‘editar’ partes de la vida diaria y mostrar solo un personaje construido. Inclusive, ni intentando contarlo todo es posible ser lo que aparece en una pantalla de portátil.

Llevemos este ejemplo ya no a nivel individual sino familiar. Un “Facebook” de familia. El organismo se hace mucho más complejo. Si una sola persona ya es difícil de analizar o replicar, las complejidades en un tejido familiar se disparan exponencialmente. A menos que ustedes crean, de verdad, que los Osbourne y las Kardashian lo muestran todo en la telerrealidad, déjenme reventarles el globo: todo lo que aparece ahí está guionizado. Lo sé de muy buena fuente, amigos muy cercanos en Estados Unidos que quisieron formar parte de la telerrealidad tenían que seguir guiones que hagan más atractiva su ‘monótona’ cotidianidad. ‘Monótona’ para la televisión, claro está.

Si seguimos llevando el ejemplo más allá de la familia, con un edificio, un barrio, una ciudad y… un país, creo que lo tendremos más claro. Es imposible pensar que una pantalla plana puede reflejar un país. Lo digo porque, cuando, una vez al año, viajo y veo un poco de televisión fuera de Barcelona (en casa no tengo), suelo quedarme espantado no solo con los programas sino con la publicidad. Y el espanto no es por temas éticos o estéticos. Es porque, hasta hace poco, inconscientemente, pensaba que la televisión era la realidad de un país. Y mi espanto era de confusión, aturdimiento: ¿Dónde estoy?, ¿qué soy? Sé que para muchos es obvio, pero para mí no lo era.

Hasta que tuve mi pequeño Nirvana y me tranquilicé: mi país no es la televisión. Lo afirmo porque mi realidad es muy distinta, radicalmente distinta, a la visión de la realidad que propone la televisón. Y no hablo ya de Telecinco sino de La 1, por ejemplo. Personalmente, no conozco a UNA sola persona como las que aparecen en la televisión. Ni casos ni situaciones como las que se ven ahí.

Hace un año, recuerdo en una clase de idiomas, una compañera se quedó espantada cuando una argentina y yo le dijimos que no teníamos televisor. Para nosotros era lo más normal del mundo, para la compañera fue como si le dijéramos que salíamos a correr desnudos por las mañanas. Al menos, esa cara puso. La compañera en cuestión tenía un look muy ‘Kardashian’, pero dudo que se comportara como ellas en su vida privada. En todo caso, ella es lo más televisivo que he visto recientemente. Y solo ella, a nadie más.

Y hace muchos más años, en la universidad, recuerdo un minidebate entre un profesor y un estudiante. Uno decía que la televisión era el reflejo de un país, el otro, vagamente decía “no creo”. Yo no opiné, pero dentro de mí pensé, “supongo que sí”. No me parecía muy importante la discusión. Sobre la televisión, sí creía interesante su imposibilidad de transmitir pensamientos elaborados, los cuales requieren horas (y a veces días, meses o años) para poder generar conclusiones. La televisión es muy rápida y corta, como intentar escribir el Quijote en un solo Tweet; algo así.

Sin embargo, ahora tengo un nuevo campo de reflexión sobre la televisión (moribunda, pero como un kraken que agoniza propinando fuertes coletazos). Me refiero a su particular percepción y como la impone a los demás. Porque si es imposible ponerse de acuerdo sobre si un vestido es dorado o azul (un dilema binario y ‘objetivo’), menos aún sobre lo que es la realidad. Porque mi país es MI país. Y el tuyo es el TUYO. Y así llevado a millones de personas. Todas enfrentadas a una sola propuesta, la de la televisión.

¿Significa que por ello debemos estar enfrentados unos a otros? No sé, pero pregúntenle a The Beatles. John, Paul, George y Ringo tenían opiniones muy distintas de lo que pasaba en su pequeño grupo y de quiénes eran ellos y los demás ahí, sin embargo, vaya la que liaron.

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